Mi actitud crítica con la institución eclesiástica, nace de la necesidad de llamar a las cosas por su nombre.
No me siento identificada con la institución, pero mis convicciones que no son de caracter "intelectual" sino de relación en el espíritu, con Dios, marcaron un antes y un después.
Desde entonces, me he visto comprometida, y me afecta todo lo concerniente a la Iglesia.
Para quien todo esto no le dice nada, piensa en la ridiculez de ciertas manifestaciones y pasa, pero cuando las convicciones nacen de experiencias que fundamentan el sentido de la vida, todo lo que deforma esta realidad, duele mucho, porque desde fuera, se identifica la fe con las formas de actuar de la jerarquía, y al manifestarme creyente, yo soy una más en ese montón de incongruencias que nada tienen que ver con el mensaje que quiso dejar la persona de Jesús.
Por supuesto que no es mi persona lo que importa, pero afecta bastante, y no se puede callar, porque "si se conociera el don de Dios"... (palabras de Jesús a la samaritana).
El don de Dios "Es semejante al hombre que encuentra un tesoro en el campo, vende todo lo que tiene y compra aquel campo", o "a quien había perdido la dracma y la encuentra".
¡Qué sensación debe ser que a uno le toquen doscientos millones en la lotería!... pues si se pudiera comparar con el "encuentro" con Dios, diríamos con S. Pablo. "todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo".
Estas realidades parecen estar ausentes en nuestra institución, las formas, ritos, y demás signos externos se toman como indispensables y acaban siendo un valor esencial para la fe, y si a alguien le sirven como mediación, que lo haga, pero no ahuyentemos al personal convirtiéndonos en fanáticos, intransigentes, autoritarios y condenatorios, y todo ello "en nombre de Dios" ¡por favor! más respeto a Dios y a las personas de cualquier ideología o creencia.
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