En el capítulo dos del libro del Apocalipsis, habla de lo que el Espíritu dice a la iglesia de Éfeso; "Conozco tus obras, tus fatigas y tu paciencia; que no toleras a los malvados; que has sometido a prueba a los que se dicen apóstoles sin serlo y has comprobado que son falsos; has soportado y aguantado por mi causa sin desfallecer".
Esta interpretación transportada a nuestra iglesia actual, (y ya que la iglesia somos todos los creyentes,) desde mi situación "de los de a pie", sintiéndome receptora del Espíritu como cualquier otro miembro de ella, hago mías las palabras del texto;


No tolero el mal;
Aunque tolero a los malvados entre los que seguramente me encuentro.



He sometido a prueba a los que se dicen apóstoles sin serlo y he comprobado que son falsos;
He trabajado en el estudio de la Palabra y profundizado en la búsqueda de la Sabiduría, comprobando que lo que me han enseñado hasta ahora, sólo son tradiciones, costumbres, inventos humanos que intentan comprar el favor de Dios, se han alejado del la originalidad de las palabras de Jesús, por eso he constatado que "son falsos".



He soportado y aguantado por su causa sin desfallecer;
Porque continúo luchando e intentando en la medida de mis posibilidades que no se pierda el genuino mensaje de Jesús, soportando la crítica destructiva que recibo por parte de los "falsos profetas", aguantando por la causa de Jesús que se me identifique con ellos por sentirme dentro de la comunidad eclesial.



Pero tiene contra mí que he abandonado el amor del principio;
Claro, en esta lucha por "hacer" quizá haya perdido algo por el camino, el verdadero móvil que me hizo un día "saltar de alegría, venderlo todo y comprar aquel campo donde se escondía tu tesoro".
Pues bien, me arrepiento de actuar en ocasiones de una manera más visceral que compasiva, de adelantarme al juicio sin escuchar y volveré al amor primero para no perder el Amor que me haga amar.
Esto es lo que el Espíritu dice a la Iglesia, me lo dice a mí y a todo aquél que lea la Palabra y "tenga oídos para oír"

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El ser humano es muy dado a pensar que la concepción de la vida sólo puede ser lo que él es capaz de imaginar creer o pensar; el sentido de trascendencia con frecuencia se cataloga como una "utopía".


Sin embargo, la capacidad de amar, odiar, alegrarse, deprimirse y otros tantos sentimientos que se experimentan en el interior de la persona, son los estímulos más fuertes que le caracterizan; puede que todo sea demostrable científicamente porque las neuronas o las hormonas u otros factores estén dirigiendo nuestros estados de ánimo; pero precisamente por la inteligencia que nos lleva a descubrir cada día más las causas del comportamiento humano, por esa misma inteligencia, no se puede cerrar la puerta a lo desconocido, creyendo que lo que no podemos demostrar, no existe.


El sabio, siempre deja una puerta abierta porque sabe que no está en total posesión de la verdad, y que le queda siempre mucho por descubrir, (principio de toda sabiduría).


Estas reflexiones son las que deberían impregnar el espíritu, para hacernos más comprensivos, amables y colaboradores en la búsqueda de la verdad.


Las prioridades del mensaje de Jesús siempre han ido en esa línea, para que pudiéramos aprender a ser libres sin menospreciar ni discriminar.


Yo me hago estas reflexiones y me pregunto; ¿En qué mundo vive la jerarquía eclesiástica? ¿se le ha pasado por la imaginación que todo ser humano tiene la capacidad de encontrarse con el espíritu independientemente de ella?.


Cuando las religiones se pongan a analizar su parte de error o verdad confrontándose con las demás y buscando juntas el sentido de trascendencia y el reconocimiento de quien siempre es más será posible el diálogo y la unidad en el mismo espíritu aunque cambien las formas.


Si esto no se cumple, ciertamente no estamos en el camino de la sabiduría buscando la verdad, entonces nuestras religiones no servirán para nada, o lo peor, serán medios de alienación que esclavicen y deterioren la capacidad del pensamiento humano.


"Además de principios éticos generales, las religiones pueden ofrecer modelos de vida inspirados en las grandes personalidades religiosas ( Confucio, Buda, Lao-tsé, Jesús de Nzaret, Francisco de Asís, Gandhi, Luther King, Bonhoffer, Ellacuría, Dalai Lama, Teresa de Calcuta etc..) motivaciones morales convincentes para actuar -no sólo ideas eternas o normas generales- que se plasman en nuevas actitudes y estilos de vida. Una determinación de fines frente al vacío que con frecuencia caracteriza nuestro mundo, y un horizonte de sentido de la vida, de la historia, del cosmos y en el horizonte de una realidad última que actúa ya en el presente y trasciende la muerte"


(Juan José Tamayo)

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