Es asombroso el miedo que se manifiesta por parte de las autoridades eclesiasticas a la secularización y laicidad; las palabras del papa han anunciado un auténtico desastre por causa de este hecho, parece ser,
tan "degradante" y que conduce a la "perdición".
Este señor no sabe leer los signos de los tiempos a la luz del Evangelio; ¿será peor la "laicidad" que la ostentación y el poder? ¿pues no dice que los laicos/as "somos iglesia"? entonces, sería lógico que se sirviera de nosotros/as ante la evidencia de quedarse sin sus clérigos. Pero será capaz de buscar en los paises pobres, donde el hambre y las guerras hacen al ser humano capaz de agarrarse a cualquier cosa con tal de comer y tener un techo, como se hizo en la posguerra, cuando se llenaban los seminarios y conventos con tantas "vocaciones", las cuales hoy no perduran porque se han secularizado.
¡A Dios gracias! han tenido sentido común para darse cuenta de que también en cualquier estado civil está presente el Espíritu de Dios, se han vuelto adoradores/as en espíritu y en verdad, están siendo consecuentes con ellos/as mismas, y aunque se hayan dado cuenta tarde, han visto que les merecía la pena vivir su propia vida pensando por ellos/as mismos/as.
A este deseo de autenticidad el papa lo llama poco menos que "el maligno", ciertamente hay edades en que comienza la "demencia senil" y creo que es la única manera de excusarle.
Tienen el cerebro embotado y no les deja ver que precisamente, este signo de autenticidad es terreno abonado para vivir el espíritu del Evangelio con toda su veracidad.
Es un signo positivo, a mi entender, y un gran paso que tenemos que celebrar, para que en lo sucesivo no volvamos a tener hombres "castrados" (con todos mis respetos a quienes han elegido voluntariamente ese estado y han sabido integrar su afectividad y "todo lo demás") pero de esos, según se va constatando caen dos en kilo.
Que lean la Palabra con otras lentes, y verán que Jesús estaba mucho más lejos de los sacerdotes que cuidaban de la integridad de las leyes y ponían yugos a los demás que ellos mismos no eran capaces de cumplir, que de los pobres, los marginados y de cualquier persona normal que quisiera andar en verdad.
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